¿Quiénes somos?

Trabajamos en prevención y promoción de la salud mental de manera gratuita y está dirigido a las personas afectadas por los distintos trastornos de ansiedad: Pánico, distrés, fobia, depresión, como así también a los familiares de estos enfermos y también a todas aquellas personas que quieren prevenir estas enfermedades y mejorar su calidad de vida.. En la ciudad de Santa Fe depende de la Pastoral de la Salud Arquidiocesana, pero es abierta a todos los credos. Está a cargo de los asesores P. Hillmar Zanello, y P. Ricardo Coscio y un valioso equipo interdisciplinario conformado por coordinadores voluntarios y profesionales que ayudan en esta tarea de contener y aliviar de manera desinteresada y gratuita al herido psíquico y a sus familiares.

31 mar 2011

Orientación a la felicidad

Orientación a la felicidad en psicoterapia

Autor: Dra. Mariana De Ruschi Crespo
Fuente: Jornadas de Psicología a la luz de la Fe, Buenos Aires http://www.es.catholic.net/psicologoscatolicos/


Ponencia de la Dra Mariana De Ruschi Crespo durante las
Jornadas de Psicología a la luz de la Fe, en Buenos Aires 2009

La antropología de la felicidad trae a consideración nuestra vida espiritual, vida de la inteligencia y la voluntad, en cuyo ámbito se despliega la posibilidad de una vida feliz: amor y verdad indisolublemente unidos. Así los presenta Benedicto XVI en su última encíclica “Caritas in Veritate.”

En la Caridad se encuentra (cito)“la fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”, por cuanto la búsqueda de la felicidad personal es inseparable del bien común , de una situación que necesariamente se hace extensiva al prójimo.

Decimos con Aristóteles que la búsqueda de la felicidad es la tendencia más profunda y universal del ser humano, y agregamos con la filosofía cristiana, que esta búsqueda responde a un llamado de Dios a vivir en su Amor, llamado universal: al amor y a la verdad, porque somos imagen y semejanza de un Dios que es, a la vez, Agape y Logos. La verdad es luz intelectual que le da sentido al amor: inteligencia natural, luz de la razón, constitutivamente abierta a la vida sobrenatural, a las verdades de la fe, por cuanto la verdad misma es luz para la razón y la fe simultáneamente.

La inclinación a conocer la verdad puede corromperse, puede negarse o evitarse, puede debilitarse, pero persiste con la característica de ser una tendencia a alcanzarla en su grado más alto y más interior: la verdad sobre Dios, sobre si mismo y sobre nuestras relaciones con los demás, en su grado más alto y más interior. Esta interioridad del conocimiento exige psicológicamente una interiorización de la vida afectiva, justamente porque se trata de una verdad que pide ser amada y de un amor en la verdad. Exige, esta interioridad ,la experiencia de un amor benevolente,es decir, entrar en el dinamismo del amor de Dios No puede hacerse esta experiencia del amor benevolentefuera del ámbito que reúne en la Caridad, el amor a Dios, al prójimo y a si mismo. El camino en este Amor conduce a la felicidad, la experiencia plena de ese Amor-Verdad es la felicidad.

Si bien nuestra sociedad utilitarista olvida, en su vértigo cotidiano, estas determinaciones naturales de nuestra tendencia a la felicidad, ellas son la realidad subyacente a todo nuestro quehacer. La desorientación y el daño grave que abreva esta ceguera del fin, prueba que la inclinación a la felicidad, así determinada, es nuestra tendencia más profunda, y prueba cuan ineludible resulta consultarla para orientarnos en la vida. Esto, que para algunos pasa inadvertido, es evidente para nosotros los psicoterapeutas.

Podemos entender a la psicología como ciencia de la salud espiritual y, por ello, ciencia de la felicidad humana. La psicología permite demostrar o refutar, en su misma praxis, el “que” del hombre y de su posibilidad de ser feliz, tal como ha sido dicho por las filosofías más diversas...Este es el punto inferior de la ciencia psicológica, su verdad mínima: el “que” del hombre. Para alcanzarlo la psicología se hace dependiente de la metafísica. Pero el punto más alto de la ciencia psicológica se refiere al “como” de la salud y de la felicidad humana. A este punto se llega, en la misma línea de las verdades filosóficas, mediante la apertura de su umbral racional, por la fe, a la Revelación. En la necesidad de ofrecer orientación al hombre hacia su felicidad y a falta de indicaciones adecuadas al alcance del conocimiento natural, la psicología se apropiará el haber y las indicaciones de otra ciencia, que es la teología. Será allí que la psicología encontrará explicado el “como” de esta felicidad posible...comprobando su verdad también “experimentalmente”, en la praxis psicoterapéutica.

La experiencia de ser feliz, de vivir en Dios gozando de su Amor en medio de los padecimientos cotidianos, ha sido expresada bellamente por todos los santos. Recuerdo especialmente los términos fuertes de San Francisco de Asís, pero también las imágenes de algunos pacientes identificados con Cristo. Es, según las Escrituras, un sufrir y luchar amando, pasar tempestades y tribulaciones en compañía del Amado, despreocuparse de todo lo que no sea el amor, afirmarse en la Roca que nos salva, esconderse en la Misericordia que nos rodea. Valoro especialmente la imagen de vivir en intimidad con Dios, como en un huerto cerrado o un huerto regado, que expande desde allí su perfume. Este lenguaje poético no es ajeno a nadie que haya tenido alguna experiencia del amor benevolente, no es ajeno a los enamorados... Es un lenguaje que acerca una cierta comprensión natural de la caridad. Son imágenes muy aptas para trabajar con ellas en psicoterapia, cuando no surgen otras espontáneamente. Caridad y humildad aparecen en ellas siempre asociadas. Muestran, purifican, invitan, alientan. Toda la riqueza revelada sobre esta vida feliz ilumina “El Cantar de los Cantares”, el libro de los Salmos y en fin, todo el Antiguo Testamento, para hacer conmovedora eclosión en la persona de Nuestro Señor Jesús.

Definamos nuevamente la felicidad pero hagámoslo ahora desde la perspectiva de la infelicidad, perspectiva más relacionada con la psicopatología. La infelicidad, es consecuente con una perversión del dinamismo del amor, con una búsqueda fallida y, en alguna medida, transgresora , de esa roca o ese “huerto cerrado” pretendiendo hallarlos en el propio yo, como lugar de producción de un orden contrahecho, lugar de la soberbia y de una pretendida omnipotencia, del control sobre una realidad que se ve desfigurada y crecientemente amenazante o temible. Así situada el alma ,se constituyen estructuraciones defensivas o “sistemas de seguridad” particulares en que imperan legalidades arbitrarias. Este egocentrismo clausura el orden natural y lo enajena de la vida sobrenatural. Es una estructuración de la vida psíquica accidental o secundaria, viciosa. Consecuencia del pecado de origen, es siempre patógeno. El orden natural separado del orden sobrenatural pierde su posibilidad de un funcionamiento armonioso. Así, en la dinámica centrípeta del yo, las exigencias de la soberbia conducen una búsqueda de la felicidad que se aleja de su destino y sucumbe en la concupiscencia del mundo. Lógicamente, aún cuando el proceso se acompañe de fantasías narcisistas de omnipotencia y éxito, esta dinámica fracasa, no logra siquiera una finalidad de satisfacción para el yo, porque los bienes que procura caducan o le resultan inadecuados. La búsqueda se torna repetitiva y lo que se consigue cae en saco roto. Esta dinámica genera miedos, ansiedad, agotamiento físico y mental: padecimientos proporcionados al desarrollo del orgullo, males de pena. Ciertamente la felicidad es un bien arduo, pero esta arduidad ha de resultar vivificante para el psiquismo si se cumple rectamente..La situación que describimos es identificada por los enfermos, al menos bajo ciertos aspectos, con la infelicidad. La búsqueda fallida de felicidad puede y debe ser rectificada y reorientada en el Amor, que siempre aguarda. La tarea de orientación a la felicidad en psicoterapia consiste en mostrar estos sustitutos del buen amor, estos sustitutos de Dios como Fin verdadero de la búsqueda. Develar las características de estos “sistemas” que suplantan el reino de Dios en el alma y luego ir purificando y modificando los hábitos de las potencias para llevar a cabo este retorno a la realidad, esta mudanza, esta travesía, este cambio de país, de costumbres, de lenguaje, según las imágenes de los mismos pacientes. Habrá que proceder con mucha prudencia para que ningún recurso se pierda y respetando el ritmo y las particularidades de cada uno. A veces esta estructuración patológica de la vida anímica, este falso reino, acapara todas las fuerzas de la vida y, aunque se experimente como un infierno, el paciente lo concibe como su mejor posibilidad. “Si corro el riesgo de salir, me parece que voy a sufrir el triple” Es la hora de la Caridad que se sirve de todo lo que terapeuta y paciente le entreguen. En el camino de su santificación y por lo tanto en su eventual psicoterapia, el cristiano encontrará necesariamente más sufrimiento que otros seres humanos, como explican los teólogos.

Si es la infelicidad la que trae a las personas a consultar será la persistente inclinación a ser felices y eventualmente, a ser santos porque la salud y la felicidad se identifican con la santidad, será, decía, esta inclinación, el motor de todo el esfuerzo que plantea la psicoterapia. Como ovejas sin pastor... La perseverancia con que se procuran estos encuentros laboriosos, indica el deseo de oriente para una vida feliz y cuan necesitados estamos de buen pastoreo para alcanzarla. Es tanto cuanto atrae, mueve y orienta la búsqueda de la verdad en el amor que suele prevalecer sobre la seducción de las convenciones, prejuicios y teorías pseudocientíficas en la vida de los pacientes. “Atraeré a todos hacia Mi” El Amor que siempre espera.

Por el camino de la verdad sobre si mismo, la psicoterapia deviene lugar de encuentro con la Verdad beatificante. Si el paciente carece de esa “razón ampliada” como llama el Santo Padre a la inteligencia abierta por la fe, recordemos que el camino de la verdad y el amor está exigido por la naturaleza misma y son el término natural y sobrenatural de nuestro desarrollo humano. Es decir, en todos los casos y siempre, verdad y amor están al alcance del hombre, como dones que podemos libremente disponernos a recibir en creciente plenitud. Nuestra conciencia moral no “produce” sus verdades; tampoco los procesos cognitivos “producen” la verdad, y más que encontrarla, la reciben. El amor como acto de la voluntad, propiamente, no es producido por ella, sino que le es dado. La experiencia nos permite descubrir en el amor todas las notas de lo gratuito, de que es otro quien nos hace felices. Entonces, si bien orden natural y sobrenatural se distinguen y son diferentes, existe entre ellos continuidad, porque ambos dimanan de un mismo Dios: esto es especialmente notable en la observación de la vida anímica y de un diseño psicológico preparado para la vida sobrenatural que al infundirlo lo mantiene y lo transforma con miras a su divinización.

Ilustro esta instancia con dos trabajos en cierto sentido opuestos: Una mujer de unos 35 años “sale a caminar” en un trabajo imaginativo por un camino desconocido y se encuentra ante una alternativa , no puede sino toparse con esta alternativa ya al inicio del camino : supone el destino , no lo ve pero lo presiente ....se interpone una maleza espesísima pero está muy cerca del destino...el camino en cambio es largo , largo , larguísimo y muy tedioso... quiere ahorrar tiempo , tiene el deseo de meterse en las malezas aunque sabe que se va a “lastimar toda” para llegar antes a ese destino incierto ,“que apenas vislumbro”. Ya decidió no caminar por el camino... prefiere “arriesgar” por la maleza. La detengo. Luego de interpretar esta situación , rica en detalles particulares, vuelve a intentar caminar por un camino desconocido que devela ahora todas sus dificultades afectivas ,temidas, ocultadas y evitadas, y que impedían aceptar el tiempo como un don, la paciencia como virtud y ,sobre todo , la vida como una oportunidad para crecer hacia un ideal. El segundo caso es el de una postulante a la vida religiosa. Tiene 20 años. Muy ansiosa y triste, se encuentra detenida existencialmente en su formación, en su vida familiar y laboral con el justificativo del próximo ingreso en la orden (tal vez más de un año...) sus fuerzas en una dispersión negligente e irreflexiva. Iniciamos la terapia con el objetivo de preparar su “dote” para la vida consagrada, con excelentes resultados, debido a que el pequeño fruto de cada sesión era llevado a la vida de oración y a la dirección espiritual. En un trabajo imaginativo, transcurre más de media hora en casi total y plácido silencio andando por un caminito de campo con pocas variaciones, bellas y significativas. Discretamente le pregunto por el final del camino y responde: “falta mucho para el final, me parece que todavía falta para llegar” Le pregunto cómo lo imagina y responde: “no me lo imagino, sólo sé que en algún momento llegaré” Insisto al rato y dice : “lo imagino algo parecido a todo esto pero mucho mejor, como si reuniera todo lo que estoy disfrutando por el camino pero más fuerte , más pleno”. Aunque no puedo decir cual es el final, porque no llegué... siento que es algo conocido pero que igual me va a sorprender como algo nuevo. Es el Paraíso.”

Son enemigos de la orientación a la felicidad, propios de la patología, es decir, del dinamismo egocéntrico de la soberbia, por un lado las racionalizaciones, que vulneran la relación de la inteligencia a la verdad y por el otro el egoísmo, cínicamente promovido en nuestra cultura. Es la debilidad del amor de benevolente, a favor de las concupiscencias (debilidad de la ternura abnegada, del gusto de servir y de hacer feliz a otro desinteresadamente). Vemos este egoísmo como contrario al desarrollo de la caridad, directamente relacionada con la unión beatificante .La mayoría de los pacientes concluye con razón que sabemos poco del verdadero amor: “¡pero entonces amar, nadie ama!” “recién ahora entiendo de que se trata esto de amar” “el amor “amor” de veras, qué es? Es el sentimiento del niño que confía y se sustenta en la experiencia del bien que nadie puede quitarle, de una Creación ordenada, de un amor vigente .El niño que Jesús declaró feliz. Es la experiencia de una fuerza que margina todos los miedos salvo el bendito temor de ofender al amado. Esta libertad de todo miedo, esta incondicionalidad de nuestra entrega en la vida, se cumple con esa plenitud que permite ser feliz, sólo cuando el Amado es Dios mismo. Porque es el único objeto eterno y perfecto capaz de sostener nuestro amor y n uestra vida eterna y perfectamente. Un alma afincada en el bien amado, nada teme y se siente feliz “como un niño en brazos de su madre”. Sólo el Bien Supremo garantiza la plenitud de esta experiencia .Nos hace felices...el amor de Dios. El regreso a esta infancia espiritual requiere como primera instancia el arduo pasaje de la dinámica de egocentrismo a la dinámica del amor y la humildad.

Como terapeutas cristianos tenemos el gran oriente de las Bienaventuranzas en que el mismo Señor se presenta como modelo del Hombre Feliz. Jesús nos dice cual es el hombre feliz y como lograr esta identificación con El, feliz en su obediente filiación. Siguiendo al padre Basso dividimos las bienaventuranzas en tres grupos, como en tres tramos del camino a la vida feliz: pobreza, mansedumbre y llanto como medios de remoción de los obstáculos, tramo correspondiente a la via purgativa. El segundo tramo, via iluminativa, lo constituyen el hambre y sed de justicia , y la misericordia, medios para desarrollar nuestras disposiciones sanas, positivas. El tercer tramo se corresponde con la via unitiva y son las bienaventuranzas propias de la vida contemplativa: bienaventurados los limpios de corazón, los pacíficos y los que sufren persecución por Cristo...los que suben con El a Su Cruz. Dice el padre Basso, que “en el ejercicio de la primera bienaventuranza el reino de Dios comienza a ser poseído; mas, por el ejercicio de la octava, esa posesión llega a su plenitud”.

En primer lugar las bienaventuranzas indican la puerta, el medio para el acto beatificante. Porque ser feliz es un acto, las bienaventuranzas lo preparan como puertas a Dios Se da un transformarse mediante una cierta destrucción del estado `previo: un desprenderse de los bienes sensibles como fines en si mismos o de ciertos estados artificialmente instaurados como “bienaventurados” : tener riquezas, honores, poder, pareja. Aquí lo terapéutico es mostrar en la propia vida del paciente la limitación o relatividad del bien en estas opciones, el daño y la estupidez de seguirlas como fin último siendo meros medios, la frustración y el dolor consecuentes a adherir a ellos...o a perderlos. Podemos considerar junto a nuestros pacientes el poder patogénico de la codicia, de las tristezas y de la venganza. Habrá que vaciar de lo sensible para llenar con lo espiritual, que por estar más participado de lo divino acerca más a Dios y tiene funciones de gobierno indelegables. Pero también habrá que vaciar el alma de lo humano espiritual para llenarla de Dios, por el camino de la purificación interior.

En psicoterapia, lógicamente, los temas propios de las bienaventuranzas no aparecen siguiendo ningún orden y simplemente secundamos el don del Espíritu Santo con gracias externas: sean gracia todas nuestras intervenciones terapéuticas, las explicaciones, los consejos. Tengamos a bien , sobre todo , aprovechar las “puertas de entrada” a la experiencia de Dios en nuestros pacientes : la muerte de un bebe, el nacimiento de un hijo enfermo, pérdidas sucesivas de seres queridos... verdaderos hitos en la subida a la montaña de las Bienaventuranzas. En Dios, las heridas sanan, la muerte da vida. La psicoterapia no puede operar la modificación de las facultades necesaria para alcanzar esta vida feliz porque esto es obra de Dios, pero sí puede ayudar a remover los obstáculos del miedo y las cobardías, de las concupiscencias, del egocentrismo, de la mentira, de la tristeza y la desesperanza provenientes de la soberbia y sus secuelas en el alma, que debilitan la fuerza del amor. El amor verdadero quiere abrazar el dolor, evita la ira y procura la paz; el amor humano quiere prepararse al amor de Dios con estos actos de amor que ya lo inician.

Ejemplifico con el caso de una mujer excesivamente atenta a los mínimos males y males aparentes en su entorno que puedan afectarla a ella o a sus hijos. Sufre permanentes sentimientos de amenaza y una tendencia a responder con ira ingobernable, notablemente inadecuada e ineficaz. El egocentrismo, que promueve su irascibilidad exacerbada, se acompaña de una notable posesividad en sus relaciones. Es inteligente y formada. Padece desde hace años una enfermedad autoinmune en la que su cuerpo parece replicar contra si mismo las conductas defensivas extremas que ella practica vehementemente. Un buen día está en juego la vida de un hijito y ella tolera muy mal su internación: se desata en acusaciones y luchas estériles contra médicos y enfermeras. Sobre todo rivaliza e intenta imponer sus criterios, muchas veces razonables. Su clínico, preocupado por su salud, la deriva a terapia. Aprovecho su intenso amor de madre. La terapéutica consiste en rectificar el funcionamiento de su irascibilidad y ponerlo al servicio del amor. Le presento el valor de la mansedumbre, y también la oportunidad de hacerse fuerte en el dolor aceptado, aprendiendo a encontrar consuelo en la Cruz. ¿Cómo pasar de su dinámica defensiva egocéntrica a la dinámica del amor? La acompaño a descubrir que el amor es su fuerza y que no hay otra verdaderamente “fuerte”. Se ejercita en retener o guardar la agresividad para ponerla a disposición del amor. En lugar del enojo, el sufrimiento que profundiza y hace fecundo el amor. Representa imaginativamente varias situaciones que “disparan” su habitualidad egocéntrica y violenta: una por una , las fue transformando interiormente , a veces deseando la mansedumbre que iba haciéndose virtud en ella, a veces en unión a Jesús crucificado, a veces “envolviendo “ en el más puro amor a su hijo , esta lucha por su salud. Depone el miedo y el sentimiento de ser frágil y estar rodeada de enemigos, mediante una observación más cuidadosa de la realidad. El secreto fue purificar y fortalecer su intenso amor de madre. Pudo llegar a decir, en un tiempo tan difícil de su vida : “soy feliz”.


La Subida al monte de las bienaventuranzas coincide con la Subida al monte Calvario, por esta inclusión del sufrimiento en la caridad, subida que nos ubica ante estaciones sucesivas o delante de distintas puertas. La primera puerta la abre el amor alentando el desprendimiento de los egoísmos, de las vanidades, las pasiones o la queja ante circunstancias adversas que solo piden una aceptación sencilla. Una segunda puerta, que también le corresponde abrir a ese amor verdadero, es la conciencia y dolor de las propias faltas como purificación. Infidelidades, malos tratos, mentiras, abusos. El corazón del terapeuta responde con un “bienaventurados los pobres” o un “bienaventurados los que lloran” Es el mismo Jesús quien invita a caminar con El.


Al referirme a “puertas”, indico situaciones interiores, puertas naturales y sobrenaturales a la felicidad, situaciones que operan una cierta interiorización de la vida psíquica favorable a su divinización por la Caridad. Por puertas naturales me refiero a situaciones anteriores a la conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida, experiencias de unión personal a un bien que es verdadero y bello. Doy un breve ejemplo: una paciente de unos 27 años imagina que recorre una pradera y se queja de aburrimiento... no hay nada que valga la pena, es todo igual...pasto, aire abierto, pájaros .... ¿Pájaros? ¿Cuáles? Le pido que se detenga, que al detenerse contemple los movimientos de uno solo de esos pájaros... Los pájaros son aburridísimos también....pero hay un pajarito que salta, un poco pesado, está tranquilo. Silencio....el sabe que en esta pradera hay comida para él y un nido para descansar...es muy buena su situación. Valió la pena detenerse...no hay ya nada de aburrimiento, hay una atención absorta en la escena elocuente. La paciente goza del bien que expresa este pájaro. Hay un amor incipiente a este bien hasta ahora desconocido. Partiendo de la iluminación de la imagen se alcanzó una percepción inteligente de una realidad ordenada que se ofrece como la vida misma, como un don, como un orden natural que sostiene, que es bueno y confiable. Surge un amor a este bien que se encarna en sentimientos de ternura y tranquilidad, pero sobre todo de confianza.

Sugiero a la paciente que se identifique, salvando las distancias, con este pájaro. La gran novedad en su vida anímica es justamente la confianza: la paciente, tensa y exasperada en el encierro de sus fantasías, e invenciones mentales, incapaz de producir un orden verdadero y confiable, sufre insatisfecha su tristeza y su anémico cansancio por no haber descubierto ese orden dado en la Creación y en su propio ser que le permite sentirse sostenida y luego desplegar una funcionalidad que necesita esta condición previa para su accionar... Es la experiencia de la Providencia, desde una contemplación terrena, experiencia incipiente del amor y la gratuidad que la terapia se ocupará de desarrollar Dios mediante. Pero ya hemos dado un paso fuera de la situación patológica. Cuando el alma está encerrada en la observación de sus propios datos, interpretándolos hasta extenuarse, cuando la vida propia y ajena es bien de uso, espejo para las ilusiones y desilusiones narcisistas, la realidad se cierra, no remite ya a ningún bien espiritual, pierde todo valor analógico: la naturaleza y la realidad se clausuran como puertas a Dios y a la felicidad. En psicoterapia esta orientación a la felicidad por el camino de las analogías, se realiza invitando a la contemplación mediante el recurso a las representaciones conservadas en la imaginación. Las realidades naturales son un riesgo o una oportunidad para la salud: son una oportunidad si me mantengo en la línea de mi naturaleza, si eventualmente acepto sufrir por mantenerme en esta línea de la verdad en el amor. Hay pues un acercamiento natural al espíritu de las bienaventuranzas. Sin embargo, sólo sobrenaturalmente se puede entrar en ellas y desde allí relacionarse en plena salud y libertad con Dios y con el prójimo. La realidad, como vimos, o se abre como puerta a Dios o se cierra sobre si misma cuando uno busaca en si mismo,o en los dictados del mundo, todas las referencias.

Con la consigna de buscar una puerta con su nombre y abrirla, una mujer adulta, encuentra, detrás de unos arbustos, la puerta de la novela “El jardín secreto”...pero esta puerta no tiene su nombre... y enseguida dice que no puede evitar confundirse con el jardín de “El Gigante Egoísta” de Oscar Wilde. Considera mentalmente la situación, no entra, se plantea una alternativa. Luego, al tratar de comprender lo que ocurrió, vemos que rehusó el trabajo de limpieza y cultivo que exigía el “jardín secreto”. Rehusó especialmente el don de un lugar de encuentro con Dios: su propia vida. Está detenida sin poder decidir. Más allá de la dificultad de encontrar una puerta personal, y su necesidad de recurrir a lo literario o convencional, vemos en este trabajo, graficados, los dos dinamismos que estamos estudiando: hay un débil intento de acercarse a comprender y vivir la ascesis, la benevolencia, la intimidad y la contemplación, por un lado, pero por otro, aparecen sus avideces, su posesividad y egocentrismo y también sus miedos. Su deseo de controlar todo como el “gigante egoísta” se relaciona con el miedo a seguir sola, equivocándose “en la elección de pareja”. Pero antes hay miedo a la verdad y a comprometerse con ella que es Amor y vivir según su Ley, lo cual exige conversión, obediencia libre y filial.

La orientación a la felicidad incluye por parte del terapeuta, indicar y mostrar los bienes amables, mediante el recurso al arte, los cuentos, poesías y parábolas, elegidos e interpretados en sintonía con el Evangelio. Pero importa sobre todo estar atento a las expresiones e imágenes que elige el paciente, su estilo, su logicidad o su falta de ella, sus falacias, como emergentes del idealismo imperante en la cultura... Habrá que detenerse ante frases tales como “dispongo de mi propia vida” “tengo derecho a ser feliz” “soy dueño de mis decisiones” .Como medio del terapeuta para conocer a su paciente, la “manifestación de los pensamientos” es fundamental y la comunicación verbal, abierta a todos sus recursos, es el medio terapéutico primordial. Sin embargo ocurre que el paciente no sólo selecciona lo que quiere trasmitir u omitir sino que no puede trasmitir aquello que no entiende, porque los contenidos requieren una cierta inteligibilidad que permita su verbalización. Por esto es óptimo recurrir, para su acercamiento a la verdad, a esas imágenes donde la racionalidad se prepara, donde las verdades alcanzadas se guardan, donde toda preparación de la experiencia o toda experiencia incompleta se conserva, donde se atesoran los recuerdos o las analogías de lo vivido, donde la creatividad, apuntalada por la conducción terapéutica, cumple con su función natural de encauzar, desde la sensibilidad, la búsqueda de la verdad. Luego, con la rectificación de la sensibilidad por intermediación de las imágenes adecuadas, toda ella se prepara para subordinarse a la racionalidad que la requiere, para servirla en el camino hacia la espiritualidad plena y proveerla de sus recursos en el regreso hacia las obras que encarnan la vida del espiritu.

Para la indagación de la situación del actual del paciente, de su punto de partida en el camino hacia la felicidad, bien puede aplicarse el test desiderativo como evaluación del oriente valorativo del paciente, de su conciencia de libertad y capacidad de gobierno de sí, de su conocimiento o desconocimiento de sí mismo y de los valores espirituales en sí y para él. El paciente manifiesta aquí cuales y de que calidad son sus ideales y a que disvalores, temores o debilidades los contrapone. Luego de una discusión exhaustiva de estas elecciones o identificaciones, el mismo paciente intentará modificarlas, elegir otras más acordes con su particularidad y la particularidad de su vocación, a la luz de la verdad y del amor.

En el capítulo 12 del evangelio de San Juan, oímos decir a Jesús: “Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia Mi” y agrega “caminad mientras teneis la Luz....el que camina en tinieblas no sabe donde va....creed en la luz” Atraídos por Jesús, iluminados por su Presencia, caminamos y alentamos a caminar hacia el Cielo, en medio de ineludibles sufrimientos, purgaciones y sacrificios, como dispensadores de la gracia, como receptores de ella. El Espíritu Santo, Dador de la vida feliz, nos acompaña con sus dones.

En todos los trances del camino , la psicoterapia ha de vérselas especialmente con la dimensión afectiva porque se trata de mover al paciente siempre a un bien más digno de ser amado con el amor más puro y benevolente posible. Existe la tendencia natural de integrar lo emocional a lo voluntario. Pero sentimiento y voluntad deben identificarse siempre y cuando la identificación esté fundada en el bien y en la verdad. Este trabajo de ordenación de la naturaleza, imprescindible para una ascética que permita la vida feliz, es también tarea de la psicoterapia: habrá que teorizar lo imprescindible, según la particularidad de cada cual, habrá que alentar al bien arduo, con imágenes bellas y verdaderas, alentar avivando la conciencia de la belleza de las propias posibilidades de amar y de hacer más buena, verdadera y bella la propia vida y la de los demás. Creo que es necesario aplicarnos más a la verdad vislumbrada y a los amores benevolentes sentidos, para darles mayor y mejor presencia en nuestras vidas. Sea la psicoterapia oportunidad para esta amplificación del amor y de la verdad en la propia vida, especialmente cuando se trata del mismo Dios que nos ofrece la experiencia de su Ternura.

Generalmente, las experiencias del consuelo divino se olvidan o ha sido sumamente fugaz su consideración por parte de los pacientes. Le cabe a la psicoterapia recuperarla, amplificarla, darle el sitio que le corresponde en sus vidas. Lo seres humanos volvemos, después de estas experiencias sobrenaturales, rápidamente, a la exterioridad, frivolidad y sensualidad anteriores, pero perdiendo la intensidad de gozo y la certera orientación a la felicidad que nos deparaba la consolación. Si rescatamos estos momentos en psicoterapia, estos “relámpagos” de lo infinito, atesorados por la memoria, serán un lugar bendecido por la presencia de Dios, un lugar de interioridad, que ha de recuperarse y desde donde se podrá comenzar a caminar en la vida bienaventurada que es siempre vida vivida desde lo interior. Menciono aquí el caso de una paciente bautizada y relativamente formada en la fe pero alejada de todo compromiso y experiencia. Enferma de cáncer, en un momento de profundo despojamiento de todo lo que la ataba a su cotidianeidad, sintiéndose sola y desvalida, recibe la gracia del consuelo divino: nada le importa, Dios la ama y esto es superior a todo bien. Confiesa que mil veces prefiere estar enferma con El, que sana sin El. Luego, llega su curación y sabe que esto también es un regalo de la Providencia: nuevamente experimenta que está en Sus Manos y que ello tiene una dulzura inaudita y preferible a todo. Sin embargo todo vuelve al orden mundano junto a su pareja diez años menor que ella, que finalmente le es infiel y la abandona. Es entonces que comienza su terapia en un estado de profunda perturbación y congoja. Superficialmente toca cuestiones relacionadas con su fe. Una noche sueña que llora y se despierta llorando, pero interpreta su sueño explicándose que debe ser el dolor por la ruptura con su novio. Le sugiero que regrese imaginativamente a su sueño y se vea allí llorando...Es entonces que aparece con toda vivacidad el recuerdo del consuelo de Dios, aún con mayor intensidad y gozo que en el tiempo de su enfermedad. Enterada de esta experiencia, procuro ayudarla a darle toda la expansión que merece. Luego de esta sesión todos sus trabajos imaginativos, sea cual sea la temática, incluyen el contenido de esa experiencia espiritual que ha de mantenerse vigente para reorientar su vida.

Isaac de la Estrella (hacia 1171), monje cisterciense
Sermón 2 para la fiesta de Todos los Santos, 13-20


«Dichosos los que ahora lloráis»


«Dichosos los que lloran, porque serán consolados» (Mt 5,5). Con estas
palabras el Señor quiere hacernos comprender que el llanto es el camino
del gozo. Por la desolación se llega a la consolación; es perdiendo su
propia vida que uno la encuentra, rechazándola que la posee, odiándola que
la ama, despreciándola la conservamos (Mt 16,24s). Si quieres conocerte a
ti mismo y educarte, entra dentro de ti mismo y no te busques fuera de
ti...El hombre que entra dentro de sí mismo ¿no se descubrirá lejos,
como el hijo pródigo, en una región diferente, en una tierra extranjera,
donde se sienta y llora al acordarse de su padre y de su patria? (Lc
15,17)... volvámonos hacia él «con ayunos, llantos y lamentos sobre
nosotros mismos» (Jl 2,12) para que un día... sus consolaciones alegren
nuestras almas. Dichosos, en efecto, los que lloran, no por el hecho de
llorar, sino porque serán consolados. Los llantos son el camino; la
consolación es la bienaventuranza


Continuando con el tema de la orientación a la felicidad en psicoterapia a partir de los desórdenes afectivos, que vinculamos ya con la infelicidad, consideraremos ahora, la ansiedad y el cansancio triste y agobiado, tan de nuestro tiempo. Estos trastornos, que corresponden a la definición de la “acedia”, se deben a un creciente retaceo de la entrega personal , se debe a fuerzas que se separan, privando al psiquismo del rumbo y hegemonía del amor . Decía San Juan de la Cruz que el que anda en amor “no cansa ni se cansa”. El cansancio, la psicastenia propia de estos cuadros indica el debilitamiento del amor. Las fuerzas psíquicas se han puesto al servicio del dinamismo de la soberbia o de la búsqueda de poder, seguridades y compensaciones al gozo del amor en el terreno de placer. Una jóven médica se irrita, se malhumora, se “deprime” y agota en la residencia de su especialidad justamente, como pudimos ver, mediante un trabajo imaginativo sobre un episodio concreto, porque divide la atención y las fuerzas que le debe a sus pacientes, con la preocupación por los gestos y comentarios de la jefa de residentes que la observa, seguramente menos de lo que ella cree y que no prodiga los elogios que ella espera. La realidad de su práctica médica, rica en bienes amables, reclama su entrega, pero ella margina estos bienes para buscar su felicidad en una suerte de “espejo valorativo” que la remite infinitamente al punto de partida, su propio ego insatisfecho. Si el efecto de un elogio es efímero, la herida de una crítica deja al orgullo sangrando y la frustración la lleva a trabajar cansada y triste. Igualmente, necesita seducir para sentirse linda, porque la evaluación de su marido no vale, considerando que está enamorado de ella...Otra vez, la renuncia al dinamismo del amor. Muchos y breves trabajos imaginativos incluyeron aceptar su estricta realidad espiritual y encarnada, verse delante del espejo, avivar su amor por la tarea médica mirando exclusivamente el bienestar del pobre paciente olvidado y necesitado. Aquí también cabe la orientación a la felicidad de la primera bienaventuranza: bienaventurados los pobres de segundas intenciones, de búsquedas contrarias al amor benevolente, en los placeres, los honores, el poder, el reconocimiento...destinos que dejan el corazón inquieto, el alma angustiada.

También llega a la consulta el paciente que se rebela contra el “condicionamiento” de desear la felicidad , como si fuera un mero mandato social resultante de una tradición equivocada, y pretende colocarse en un más allá de este deseo : “no me interesa ser feliz, la felicidad es imposible” pero luego se desdice con sus hechos en la vida cotidiana, y aún negando todo orden y sentido en la realidad , cede imperceptiblemente a un cierto orden adhiriendo mínimamente a este orden al buscar alivio para el dolor , siendo la evitación del dolor un cierto bien que orienta su búsqueda de felicidad, remotamente alineada con el oriente natural. Estar perdido o extraviado no significa que no haya meta y esta meta, como nos lo señaló Aristóteles primero y San Agustín desarrolló luego , se encuentra en el Absoluto. El amor es una fuerza que une interiormente como Dios mismo es Uno: cuando las fuerzas se dividen o dispersan el hombre se enferma y es señal de esta ausencia de la primacía del amor, la depresión y el cansancio patológico que consideramos antes.

Si la virtud que nos da acceso a Dios, la virtud de la vida feliz y que permite llamar virtud a las otras virtudes, es la caridad, todo amor, si es amor ordenado, está participado del Amor del Creador y prepara y acerca a la Caridad. Porque todo amor analoga bajo algún aspecto a la Caridad, merece nuestra atención especial en psicoterapia. Además ,es en la Caridad que el terapeuta puede dar a su paciente el amor de Dios, amarlo como es amado por Dios, permitirle al paciente esa misma experiencia en su relación con nosotros, inferiores como somos al tesoro de la gracia que llevamos y entregamos Así, de algún modo, comunicamos la bienaventuranza. La bienaventuranza referida a la misericordia es nuestra propia y especial “orientación a la felicidad” como terapeutas. El amor a nuestros pacientes es curativo, tanto más curativo cuanto más misericordioso. La miseria de ellos nos purifica y nos santifica, nos hace encontrar medios fecundos e inteligentes para darles ayuda. Todas las obras de misericordia están a nuestro alcance como terapeutas: enseñar, aconsejar, corregir, perdonar, consolar, sufrir con paciencia sus defectos y rezar por ellos. Saber esperar, confiando en la Voluntad de ese Pastor en cuyo nombre pastoreamos, descubrir la imagen y semejanza escondida, amar la divina bondad, verdad y belleza en acto o en potencia en el prójimo, amarla con amor benevolente, removiendo los obstáculos intelectuales y afectivos para orientarlos a Dios. Esta ejemplaridad a la que aspiramos como terapeutas es para ellos parte de la misma terapia .Por este mismo camino han de encontrar nuestro pacientes, con la gracia de Dios Misericordioso, y el auxilio de María , la vida feliz.